miércoles, 20 de marzo de 2013

LA DELGADA FRONTERA ENTRE LO VERDE Y LO MENOS VERDE (IV)


En las tres entregas anteriores plasmé lo que, según Jared Diamond en su libro “Colapso”, sucedió y está sucediendo en la isla caribeña La Española, lugar donde por primera vez puso el pie Cristobal Colón en 1492 y donde hoy están ubicados dos países: Haití y la República Dominicana. Así las cosas, el artículo anterior abordó dos casos muy interesantes y polémicos: un par de dictadores que tenían algo de “ambientalistas”: Rafael Leonidas Trujillo Molina, alias “El Chivo” (1891 – 1961) y Joaquín Antonio Balaguer Ricardo (1906 – 2002). Ambos dirigieron parte de la historia republicana de la República Dominicana con mano dura (muy dura) pero con una conciencia ambiental determinante en el accionar conservacionista en esa parte de la isla.

Como se apuntó en líneas anteriores, en el caso de Balaguer, la consigna podría ser: “conserva pero mata y reprime”. La pregunta es: ¿habrá algo bueno que rescatar de todo esto? Sigamos sumergiéndonos en el ambiente caribeño de la isla. La deforestación de los bosques de pino autóctono fue intensa con Trujillo y, tras su asesinato, el control de los bosques se fue desvaneciendo. Esto ocasionó que esta actividad se diera de manera desenfrenada. Así, es recién con Balaguer que se pone mano dura para frenar la tala ilegal, sin embargo, en los periodos que el dictador estuvo fuera del gobierno, el control fue muy endeble y se siguió talando a diestra y siniestra.

Con la migración de dominicanos hacia la ciudad y con el éxodo de muchos de ellos al exterior, la presión hacia los bosques disminuyó considerablemente. No obstante, la deforestación se mantuvo muy fuerte en la frontera con Haití, ya que cientos de haitianos cruzaban (y cruzan) la frontera desesperados para hacerse, de manera furtiva, de árboles para carbón vegetal y para quemar bosques, con el fin de destinarlos a plantaciones. Y, según Diamond, a partir del año 2000, las competencias para la protección de los bosques pasaron de las fuerzas armadas al Ministerio del Ambiente.

Con esto, la protección de los bosques dominicanos pasó a ser menos efectiva en comparación con aquella que se dio entre los años 1967 y 2000 a manos de las fuerzas armadas, ya que la cartera ministerial es más “débil” y carece del financiamiento suficiente para darse abasto con este espinoso tema. Y no solo los bosques han sufrido el embiste humano, sino también, se ha sobreexplotado las costas marinas y los arrecifes coralinos del país. Todo esto ha ocasionado diversos y conocidos problemas ambientales. Por nombrar algunos, se tiene la pérdida de suelos, debido a la erosión, lo que acarrea una acumulación de sedimentos en los embalses de las represas; y la creciente salinización de los suelos, poniendo en jaque la fertilidad de muchos terrenos dedicados a las plantaciones de caña de azúcar.

Asimismo, la calidad del agua en la República Dominicana es cada vez peor debido justamente a la sedimentación y a la contaminación por productos tóxicos y por la acumulación y vertimiento de residuos sólidos. Adicionalmente, se ha extraído de manera abusiva arena y piedras para la construcción, lo cual ha aumentado drásticamente el deterioro de los ríos. Y no solo eso, como sucede también en muchos países de economía primaria, se ha utilizado (y utiliza) de manera indiscriminada pesticidas y fertilizantes ya prohibidos en otras partes del planeta por el grave impacto que tienen en el equilibrio biológico debido a las toxinas que contienen.

Los sucesivos gobiernos dominicanos han permitido que se utilicen estos productos químicos sin ningún tipo de control ni protección para los agricultores. Así, Diamond indica que en su visita a la isla se quedó intrigado por la poca presencia de aves en los campos agrícolas. La respuesta salta a la vista. A todo esto se le debe agregar la presencia de grandes industrias que contaminan con sus humos y con sus residuos tóxicos; y la utilización (aún) de vehículos obsoletos que contaminan por doquier. Asimismo, ya existen problemas con el suministro de energía (apagones); y la necesidad de obtener y poseer grupos electrógenos es grande, lo que trae consigo la quema de combustibles altamente contaminantes.  

Y siguen las semejanzas (con nosotros)

A los problemas anteriores es necesario agregarles otros, tales como la introducción de especies exóticas para repoblar espacios talados y desolados por huracanes. En esa lógica, se trajo a la isla diversas especies de árboles que crecen más rápido que el pino dominicano. Sin embargo, estas son propensas a varias enfermedades, a las cuales, la especie autóctona es resistente, no obstante, su presencia es cada vez menor. Por ende, las laderas y terrenos que han sido reforestados con especies exóticas podrían perder su masa forestal.

Adicionalmente, si bien la República Dominicana tiene una cifra media de incremento poblacional, la isla les puede quedar chica a los cerca de 11 millones de dominicanos. Todo esto trae consigo un fuerte impacto hacia el medio ambiente, debido a la necesidad de acceder a los recursos naturales y a la demanda de energía, agua, bienes y servicios. A esto se le debe agregar la creciente producción de residuos. Y no basta con eso, puesto que la influencia de la enorme cantidad de turistas que llegan, la propaganda invasiva de Puerto Rico y de los Estados Unidos, así como las nuevas tendencias mundiales, están convirtiendo a los dominicanos en unos “consumistas” desenfrenados.

Esto último es, creo yo, imparable y común en nuestros países, es decir, el consumismo. Además, la necesidad de “ser como los del Primer Mundo”  se ha acrecentado con la globalización, con los avances tecnológicos, así como con el ímpetu de las redes sociales. Esto no es gratis; existe un fuerte impacto en el medio ambiente y en la isla La Española, esto sucede de manera alarmante. La economía dominicana, basada en sus recursos naturales (primaria), no se da abasto para soportar esta situación.

Amenazas al SINANPE dominicano

Con todo esto, la red de espacios protegidos del país debe enfrentar todos los problemas anteriores. El conglomerado de 74 reservas de diferentes tipos (parques nacionales, reservas marinas protegidas y otras) cubre y protege la tercera parte del país. Esta red es un logro envidiable e impresionante en un país pobre, pequeño y con una alta densidad poblacional. Y, como ya lo mencioné, resulta sumamente interesante que su constitución haya respondido a intereses nacionales y que haya sido hecha y empujada por los propios dominicanos. No tuvieron que esperar que vengan los “especialistas gringos” a decirles qué hacer.

Pero claro, la pregunta que se hizo Diamond y que, indefectiblemente, debemos hacernos es: ¿Cuál es el futuro de esta red de espacios protegidos? Según el investigador estadounidense, la opinión de los dominicanos está dividida. Sin embargo, parece predominar el pesimismo y esto porque, para muchos, ya no existe una mano dura que proteja la red; no se cuenta con el debido financiamiento y los últimos gobiernos solo han apoyado su existencia sin estar muy convencidos de su utilidad.

A eso debe sumarse la existencia de cada vez menos científicos locales con la formación adecuada y el apoyo casi inexistente del gobierno a la investigación científica. El temor de muchos es que los parques nacionales y las reservas naturales dominicanas se conviertan en espacios protegidos solo en el papel. Pero no todo es pesimismo, pues el movimiento conservacionista local aún tiene presencia y empuje. Las ONG locales se enfrentan al gobierno por las posturas que este último adopta en contra de las áreas naturales protegidas dominicanas.

Empero, el futuro del país en general también es algo difuso según Diamond. La corrupción y los problemas de la economía dominicana parecerían haber puesto en jaque al país. La disminución de la exportación de la caña de azúcar, la devaluación de la moneda, la creciente competitividad de los países vecinos cuyos costos son menores, el endeudamiento del gobierno y otros factores, son los causantes de un panorama algo turbio. A esto hay que agregarle el ya mencionado afán consumista que contraviene al nivel de crecimiento de la República Dominicana. Ya en el colmo del pesimismo, según cuenta el autor, para muchos dominicanos, su país va en rumbo a igualar a Haití.

En esa línea, se afirma que Santo Domingo podría igualar en condiciones ambientales, sociales y económicas a Puerto Príncipe, es decir, una total polarización de condiciones: gente muy pobre en barrios marginales y gente muy rica en lugares exclusivos y resguardados. No obstante, los dominicanos han afrontado situaciones muy adversas y al parecer no van a darse por vencidos tan fácilmente. Afrontaron una ocupación haitiana de 22 años; posteriormente sobrevivieron a una seguidilla de presidentes débiles o corruptos desde 1844 hasta 1916 y de nuevo entre 1924 y 1930; así como a ocupaciones militares gringas entre 1916 y 1924 y entre 1965 y 1966. Además, soportaron la dictadura de Trujillo durante 31 años y la superaron.    

El futuro de la isla

Con todo lo descrito, no es de extrañar que haya habido una fuga masiva de dominicanos al exterior, en especial a los Estados Unidos (principalmente a Nueva York), y a otros países como Canadá, Venezuela y España. Por otro lado, regresando a Haití, ¿cuál es su futuro? Al parecer, este país sobrepoblado está condenado a la pobreza total. Las premoniciones de lo que se viene son todas negativas y deprimentes, pese al apoyo internacional que reciben. Sin embargo, su precariedad es tal, que ni siquiera pueden aprovechar cabalmente todo el apoyo que están percibiendo.

La problemática ambiental, social y económica en Haití ocasiona que las esperanzas disminuyan drásticamente. A eso hay que sumarle los recientes embistes de la naturaleza, como el terremoto en enero del 2010 que fue el más duro que ha recibido el país y uno de los más fuertes en el planeta. Además, se propaló una epidemia de cólera y las condiciones de pobreza e inestabilidad política se asentaron en el país. No obstante, para muchos aún hay alguna esperanza.

Existen todavía (aunque parezca remoto) algunos pocos espacios de reservas forestales que han sobrevivido a la aniquilación del medio ambiente: dos zonas agrícolas que pueden, siendo bien manejadas, ayudar a incentivar la economía local y algunos sitios turísticos que pueden ser bien aprovechados.

En las inmediaciones de la frontera entre Haití y la República Dominicana, los haitianos viajan al país vecino para trabajar y poder adquirir leña o combustible para llevar a sus deforestadas tierras. Otros trabajan como peones agrícolas en tierras dominicanas e incluso en tierras de muy pobre calidad que ya han sido desechadas por los dominicanos. Se estima que más de un millón de haitianos viven y trabajan en la República Dominicana, la mayor parte de ellos, de forma ilegal.

El éxodo de cerca de un millón de dominicanos ha sido compensado por la llegada de haitianos con la esperanza de salir adelante en un país que está algo mejor que el suyo, pero tampoco mucho mejor. Los haitianos hacen todo lo que los dominicanos no quieren hacer, es decir, los trabajos duros y mal pagados. En ese escenario, los dominicanos y los haitianos no solo se diferencian desde el punto de vista económico, sino también cultural: hablan lenguas distintas, se visten y alimentan distinto; y en general se ven distintos, ya que el haitiano tiene un “look” más africano.

La situación de los haitianos en la República Dominicana se asemeja, según relata Diamond en base a los testimonios recogidos, a aquella de los inmigrantes latinos en Estados Unidos. Es por eso que para los dominicanos es importante que se resuelvan los problemas de Haití y para Estados Unidos es también importante que se resuelvan los problemas de la República Dominicana (y de otros países latinoamericanos) para detener la inmigración legal e ilegal en ambos casos.

¿Vecinos solidarios?

¿Podrá la República Dominicana hacer algo para apoyar a Haití? Los dominicanos con las justas pueden mantener su país. Además, existe una barrera cultural, pues los dominicanos miran con cierto desprecio a los haitianos por considerarlos distintos e incluso como intrusos extranjeros de procedencia africana. Además, hay “ropa sucia tendida” pues no es fácil olvidar los conflictos que ha habido entre ambos países, sobre todo la invasión haitiana a la República Dominicana en el siglo XIX que incluye 22 años de ocupación.

Por otro lado, los haitianos recuerdan la peor atrocidad cometida por el dictador Trujillo, quien mandó matar —a puro machete— a cerca de veinte mil haitianos que ocupaban el noroeste de la República Dominicana entre el 2 y el 8 de octubre de 1937. Ambos gobiernos se miran con recelo y con algo de hostilidad y la cooperación entre ambos países es casi nula o inexistente. Según Diamond, para que exista alguna esperanza de mejora en Haití, los dominicanos son los primeros que deben apoyar a sus vecinos, pese a que existe una mala relación, pero que, felizmente, esta parece estar cambiando para mejor.

¿Y el Perú?

Luego de haber leído todo lo sucedido en la isla La Española y de haber revisado otros textos, debo indicar que veo varios paralelos a nuestra realidad. Me asombra, qué tan parecido somos países como Perú y la República Dominicana, calificados como emergentes y en vías de salir (con distintas suertes y velocidades) de lo que se llama, para muchos, el “subdesarrollo”. En relación a Haití, percibo que sí les llevamos ventaja en todo, pues su situación es realmente impredecible así como van.

De hecho, entre las semejanzas con la República Dominicana tenemos la presencia de casi los mismos problemas ambientales —salvando, claro está, las diferencias territoriales y demográficas—: creciente presión hacia los recursos naturales, traducido en deforestación y perturbación de espacios naturales para campos agrícolas, minería ilegal e informal, terrenos para viviendas,  carreteras y para monocultivos (palma aceitera, por ejemplo); caza ilegal y abusiva de especies (sobrepesca); contaminación ambiental por desecho de residuos sólidos y líquidos sin ningún tipo de control; empobrecimiento de los suelos por desertificación, salinización y uso excesivo de pesticidas y fertilizantes; así como otro rosario de problemas que no enumeraré para no deprimirnos.

Además, hay algo muy interesante que anotar. El sistema de áreas naturales protegidas que ha desarrollado la República Dominicana es uno de los más interesantes que he conocido. En el papel, se ve que es muy bueno y que debería proteger por lo menos la tercera parte de la isla y grandes espacios marinos. Ahora, el problema es contar con el financiamiento adecuado para su correcto funcionamiento, es decir, para lo que respecta al control y vigilancia, los gastos administrativos, la educación y comunicación ambiental, el trabajo con las poblaciones locales, la generación de mecanismos de auto sostenibilidad financiera y otros aspectos que permiten su existencia y el cumplimiento de sus objetivos.

Nuestro Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SINANPE) es también, en mi opinión, un ente muy bien constituido en el papel y con muy buenos logros. Yo soy un convencido que su existencia es fundamental para conservar nuestra diversidad biológica mediante su uso responsable. Por supuesto, tiene sus carencias, limitaciones y bastante por hacer, pero es lo que tenemos y si no apoyamos su gestión, sí que estaríamos aproximándonos a niveles haitianos. No necesitamos de dictadores para poner mano dura en nuestras áreas naturales protegidas (¿o sí?); claro que cuando vemos cómo avanza la minería ilegal en Madre de Dios, por ejemplo, muchos pensamos que sí.

Que sí es necesario poner mano dura para afrontar algunos problemas, creo que es discutible. En todos estos años, no veo que se haya hecho algo concreto, tangible y severo para detener la minería ilegal e informal. Y con la construcción de la Carretera Interoceánica Sur[1], la situación en el sur del país es cada vez más preocupante; y lo es más si es que se piensa construir dos carreteras interoceánicas (en el centro y norte del país) sin tomar en cuenta lo que ya viene sucediendo y las recomendaciones de los especialistas.

No necesitamos dictaduras ambientales, ni dictadores, no obstante sí necesitamos tomar real conciencia de lo que viene sucediendo en el país. Estamos entrando en unos tiempos complicados, en los cuales, si no tomamos en cuenta nuestro medio ambiente y no aplicamos políticas reales de adaptación al cambio climático, la vamos a pasar muy mal. No debemos, claro está, dejar de lado las acciones para frenar el calentamiento global, pero creo que lo más importante es adaptarnos al frenesí del clima y conservar lo que todavía tenemos, para poder seguir manteniendo el modelo económico que tenemos. Y un punto importante es el cuidado y manejo del agua. Sin ella, sí que estaríamos al borde del apocalipsis.     

Marzo 2013



[1] Recomiendo leer el artículo del reconocido experto en temas ambientales, Marc Dourojeanni sobre la Carretera Interoceánica Sur y sus consecuencias en vista a lo que se viene en el centro y norte del país: http://www.oeco.com.br/es/marc-dourojeanni/26995-revisitando-a-interoceanica-sul-na-amazonia-peruana

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