miércoles, 4 de septiembre de 2013

¿PROTEGEMOS NUESTRO MAR O DEJAMOS TODOS AL GARETE?

El Ñuro en Piura. Foto: Enrique Angulo Pratolongo
Todos o casi todos los que andamos metidos en las arenas movedizas de la conservación hemos escuchado alguna vez la palabra CITES. Para muchos es obvio qué es y qué significa; para otros no tanto. Debemos saber de antemano que CITES se refiere a la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres —aprobada en 1973— y que entró en vigencia el 01 de julio de 1975 tras una reunión de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Al 31 de diciembre de 1990 ya eran parte de la convención 109 países, entre ellos el Perú, país que estuvo desde los inicios. Hoy son miembros de ella 177 países.

Este tratado tiene por objeto conservar especies de valor comercial que están amenazadas, permitiendo a su vez el comercio de especies silvestres cuyas poblaciones puedan soportarlo. CITES prohíbe todo tipo de comercio relacionado con especies amenazadas, las cuales están (o deberían estar) enumeradas en su Apéndice I. En el Apéndice II se incluye a las especies, cuyo comercio descontrolado podría poner en peligro su existencia. Y en el Apéndice III están incluidas las especies que están protegidas a nivel de un país miembro, con el fin de que los otros países puedan o ayuden a contribuir a la prohibición de la compra o venta de tales especies.

Ahora, ¿ayuda o sirve para algo CITES? Por supuesto que lo primero que se me vino a la mente es que no sirve para nada después de ver y enterarme —a través de muchos conocidos— de la inoperancia y la poca disponibilidad de recursos del Estado para controlar la captura y comercio de especies silvestres de flora y fauna. Y justamente, después de haber escuchado innumerables veces que existen grupos de interés que discuten eternamente sobre CITES, de conocer algunas experiencias donde en vez de facilitar las cosas, esta convención las entorpece con engorrosos trámites; y por último, después de haber visto en Canoas de Punta Sal un par de mantarayas muertas (posteriormente, me hicieron notar amigos biólogos marinos que no eran mantarayas sino mobulas, las cuales son bien parecidas a las primeras) y de haber conversado con unos pescadores sobre el destino incierto de las especies marinas, me veo obligado a escribir estas líneas.

Mobula en Canoas de Punta Sal.
Foto: Enrique Angulo Pratolongo
Y así, conversando con Ximena Velez-Zuazo y Shaleyla Kelez de ecOcéanica, me enteré de las mobulas y pude convencerme de que sí es importante CITES, pese a que me cuesta no desconfiar de estos tratados y convenios algo difusos en la vida real. ¿Por qué ayuda argumentar y luchar para que una especie X esté incluida en CITES en el Apéndice que realmente le conviene dado su estado de conservación? Muy simple, porque abogar para que la especie X o Y esté, por ejemplo, en el Apéndice II, implica que los productos provenientes de ellas para la exportación deben ser meticulosamente verificados.

Es decir, en el caso de  las mobulas o de los tiburones, se debe analizar detalladamente de qué especie proceden las aletas, la carne u otro producto que se comercializa para satisfacer un mercado asiático hambriento de productos exóticos con supuestamente poderes afrodisíacos y “misteriosos”. Además, al estar tal o cual especie en CITES, estas ya no pueden ser exportadas (por lo menos de manera legal, dado que aún queda el maldito contrabando de especies).

Ahora, ¿quién determina qué especie debe o no debe ser incluida en CITES? El Estado es el responsable, dado que los recursos naturales son parte del patrimonio de todos los peruanos. 

Regresando a las rayas y tiburones (1), existe actualmente una “discusión” entre el Ministerio de la Producción (Produce) —encargado de los temas pesqueros— y el Ministerio del Ambiente (Minam), cartera que es la autoridad científica CITES en el país, es decir, la encargada de proponer y validar la inclusión o no de especies de flora y fauna en el país; y de verificar su cumplimiento. La autoridad administrativa de CITES para especies de flora y fauna que se reproducen en tierra es el Ministerio de Agricultura.

Entonces, para incluir a una u otra especie de tiburón amenazado que debe ser protegida debido a la inminente reducción de individuos, producto de la caza excesiva, se supone que Produce establece la normativa a partir de información técnica que, generalmente, proviene del Instituto del Mar Peruano (IMARPE) para poder proponerle al Minam la clasificación de especies en CITES en los apéndices indicados. Si esto se da —no sin antes haber un tira y jala— ambos ministerios deben trabajar de la mano para otorgar permisos de exportación, identificar claramente los productos, vigilar los desembarques en los puertos, establecer las cuotas de pesca, definir (¡y comunicar oportunamente!) las vedas y regular otras disposiciones para controlar el uso de nuestros recursos naturales.

En el caso de los tiburones, muchos de ellos son pescados impunemente; no existe una regulación de sus tallas; no se sabe, por ejemplo, en el caso de las aletas a qué especie pertenecen (2); no existe personal suficiente para revisar todas las descargas de peces que vienen del mar, entre otras limitantes. En otras palabras, no existe regulación alguna para muchos escualos y rayas. Para ello, un paso importante es conocer a las especies y contar con información técnica y científica para definir políticas urgentes de conservación y buen manejo. Un paso es importante es analizar la inclusión de especies claves en CITES, en este caso, abogo por los tiburones.  

En estos “tira y jala” entre ministerios, donde además existen, en el caso de muchas especies, intereses comerciales, es necesario tomar siempre en cuenta la opinión técnica de la gente que sabe y estudia determinadas especies. Su opinión sí importa; y mucho.  

Febrero 2013

Artículo aparecido en la revista impresa Viajeros (Año 11, N° 32, agosto 2013).

(1) Este grupo de especies debe ser uno de los más ignorados en temas de conservación, ya que hasta ahora más han sido vistos como recursos de aprovechamiento que como especies claves.
(2) Acá juega un rol importante el conocimiento científico y sobre todo genético.

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